jueves, 19 de mayo de 2011

Una Pasión Incontenible



Todo es diferente cuando hay pasión: pasión por amar al Señor, pasión por adorarle, pasión por agradarle y cumplir sus mandamientos. Pasión por trabajar con Él para que su propósito y su anhelo sean cumplidos. Pasión por rescatar a este mundo que Él creó y anhela tanto que regrese bajo su control, pasión que le llevó a enviar a su propio Hijo en rescate por muchos. En una palabra, pasión por la evangelización.
Así defino pasión evangelizadora: «Inclinación vehemente de todo el ser -espíritu, alma y cuerpo- que muchas veces está acompañada de estados afectivos, y muchas horas de oración y meditación, de estudio y de trabajo; donde los sueños de ver a todo un mundo convertido a Cristo son suficientemente poderosos para dominar toda mi vida y encauzarme a vivir solo para ello».

Pasión evangelizadora

La evangelización ha de ser nuestra vocación suprema. Jesús dijo a los pescadores: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres» (Mateo 4.19). Definió su misión de la siguiente manera: ((El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19.10). Yal final de su jornada en esta tierra inyectó a sus seguidores la misma pasión: ((Como me envió el Padre, así también yo os envío» (Juan 20.21). Este pasaje me sobrecoge. Me imagino al Señor diciéndole a sus discípulos: «Me enviaron a una misión específica, a ustedes los envío con la misma misión; me enviaron a cumplir un sueño. Los envío a cumplir el mismo sueño; me enviaron con una visión, los envío con la misma visión; me enviaron con poder. Ustedes también van con poder; me enviaron con autoridad, ustedes también van con autoridad; me enviaron con fuego y pasión por los perdidos. Ustedes van con el mismo fuego y pasión; me enviaron en humildad y obediencia. Ustedes deben ir igual que yo. “Como el Padre me envió, así también yo os envío”. ¡Qué tremendo! No había filtros especiales, no había medidas establecidas por hombres. Los candidatos no se medían con los parámetros empresariales de nuestra época (si fuera así, ninguno habría sido llamado), ni tampoco con los parámetros educativos de una institución teológica o universidad. No había compadrazgos: «Soy amigo de fulano, o primo del otro...» En el llamado de Jesús todos caben. Basta con ser obediente, sincero e íntegro. Como el Padre envió a Jesús. Me envía a mí y a usted también. Qué hermosa misión y qué hermoso lo que se nos dice en Daniel 12.3: «Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud. Como las estrellas a perpetua eternidad». Así como las estrellas guían a los marineros en alta mar, los llamados de Dios. Los que proclaman su Palabra, resplandecen y brillan en medio de la oscuridad del mundo, para atraer y guiar a los seres humanos hacia Dios.
           
La felicidad de ganar un alma

El siervo de Dios Matthew Henry, erudito bíblico entre los grandes eruditos de la Iglesia, dijo: «Para mí seña mayor felicidad ganar un alma para Cristo que granjearme montañas de oro». La pasión que tenía por su Señor se notaba con la misma intensidad cuando enseñaba a sus alumnos en el seminario que cuando evangelizaba al desvalido de la calle. En su vida. La «locura de la predicación» no tenia que ver ni con la gloria del púlpito que ocupaba. ni con el aplauso de la audiencia que lo escuchaba. Su pasión era comunicar a Cristo de la manera más sencilla. Pero a la vez de la manera más poderosa bajo la unción de la presencia de Dios. El amado David Brainerd, padre de tanta obra misionera. dijo lo siguiente: «No me importaba dónde ni cómo vivía ni cuáles eran los sacrificios que tenía que afrontar con tal de ganar almas para Cristo. Este era el objeto de mis sueños mientras dormía. y el primero de mis pensamientos al despertar». Tenía la mente llena de una sola pasión, no importaba si la actividad era del consciente o del subconsciente. Cuando una pasión es genuina de Dios, no tiene límites en el ser interior del ser humano que la vive.

La obsesión de John Vassar

Me impresiona un individuo llamado John Vassar. Vivió durante el siglo XIX en el estado de Nueva York. Era un hombre lleno del ardiente fuego de la evangelización. Tenía una pasión incontenible. Se auto titulaba «el perro del Buen Pastor», «Mi negocio», decía. «no es predicar. Mi negocio es recorrer la montaña en busca de la oveja perdida». Hay muchas historias alrededor de este hombre. Se cuenta que una vez fue a un pueblo para ayudar a un pastor durante algunos días.
El pastor lo conducía a la casa donde se hospedada y antes de entrar le dijo: «Hermano John. Allí en la otra cuadra está la herradura del pueblo. Si le queda tiempo, antes de salir de esta ciudad trate de hablar con el herrero». El pastor no había terminado sus palabras cuando ya John Vassar dejaba las maletas sobre el piso y salía corriendo corno una exhalación hacia la herrería del pueblo. Antes de diez minutos, arrodillado entre las patas de los caballos, el herrero le pedía a Dios que lo salvara. La pasión de John Vassar por traer personas a Cristo era más ardiente que el fuego de la fragua en el taller de aquel herrero. Si el fuego material del herrero podía deshacer cualquier metal, por duro que fuera, el fuego interno de John Vassar, el amor de Cristo en él, derretía al corazón más duro que confrontara con la Palabra de DIOS. Se cuenta que durante esa semana John Vassar visitó casa por casa los hogares de ese pueblo. Al saber de esto una mujer dijo lo siguiente: (Si ese extraño golpea mi puerta y me habla de religión, le cierro la puerta en las narices». Corno John Vassar no conocía el pensamiento de esa dama, conforme a su pasión fue y golpeó su puerta y le empezó a hablar de Jesucristo. Inmediatamente aquella mujer le cerró con violencia la puerta en la cara. El hermano John no huyó, ni se quejó. Solamente se sentó en el umbral de la puerta y con lágrimas en los ojos comenzó a cantar el himno: «Jamás podré mi deuda así pagar; mi ser, Señor, te doy a ti, pues más no puedo dar). Quince días más tarde en una iglesia del pueblo. Antes de ser bautizada, aquella mujer en su testimonio decía lo siguiente: ((De los centenares de mensajes que escuché, ninguno penetró mi alma corno las lágrimas de aquel forastero».
Se dice que John Vassar entró a un elegante hotel en la ciudad de Boston. En el centro del lobby del hotel vio a una mujer solitaria y se acercó para hablarle. Un rato después llegó el marido de la mujer y le preguntó a ella:
-¿Qué hablabas con ese extraño?
-Querido esposo mío, me preguntó si Jesús vivía en mi corazón; si yo estaba segura de mi salvación.
-Le habrás dicho que ¡qué le importaba! -el marido respondió.
-Si hubieras visto su rostro -replicó la mujer-, si hubieras escuchado su voz, te hubieras dado cuenta de que sí le importaba.

Nos importa la gente que sin Cristo se irán irremediablemente a la perdición eterna? Nos importa la condición espiritual de la maestra de nuestros hijos y nietos, del vendedor de periódicos. De los vecinos de nuestro barrio, del que nos vende los alimentos. Del que nos trae el correo? Nos importan nuestros familiares, nuestros vecinos, nuestros compañeros (sean de trabajo o escuela). Nuestros amigos? Lo que hace diferente a un cristiano no es el nombre de su iglesia o denominación; no es la doctrina particular que sustenta su congregación; no es tampoco la arquitectura del edificio donde se reúne para adorar; no es tampoco el entrenamiento teológico ni el gran atractivo carismático que tenga su pastor o grupo de alabanza. Lo que lo hace diferente es formar parte de ese ejército decidido que marcha por las calles del mundo conquistándolo todo. Llenándolo todo. Cambiándolo todo, saturándolo todo, dejando por dondequiera que vallas «marcas del Señor Jesús». Los que marcarán la gran diferencia en el mundo serán los cristianos que tengan una pasión incontenible por rescatar a los perdidos para el señor.

Hace muchos años, un amigo mío se convirtió en Costa Rica. Desde su conversión sintió un gran deseo de hablar a otros de lo que Cristo había hecho en su vida. Un domingo encontró en el camino a su iglesia a un viejo compañero de escuela, ahora convertido en flamante aviador. Platicó muchas cosas con el piloto, pero no le habl6 de Cristo. Cuando entró a la iglesia, el amigo siguió su camino. Tal vez esta caminata juntos hubiera sido echada al olvido, a no ser que al día siguiente los periódicos vespertinos daban la noticia triste de que una avioneta se había precipitado a tierra al despegar y el piloto había muerto. Años más tarde mi amigo fue al cementerio, yal pasar casualmente por la tumba donde se hallaban los restos del piloto. Oyó una voz: «Carlos, Carlos. No lo hagas más; no permitas nunca que nadie se hunda en la condenación porque tú no le hablaste de Cristo»
Pablo amonesta a Timoteo para que «avive el fuego que hay en él... Le dice que «haga la obra de evangelista... que «predique la Palabra… y que «predique a tiempo y fuera de tiempo... En esta amonestación al joven ministro se notan dos cosas claves: tiene que haber sentido de urgencia y tiene que haber pasión. Quiero que así sea en mi vida. No quiero perder mi vida averiguando cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler. No estoy tan preocupado si las cosas de la Segunda
Venida del Señor corresponden o no a los esquemas y mapas que los maestros enseñan. No estoy preocupado por ser encasillado dentro de una escuela teológica en particular. Lo que sé, es que antes de que el Señor venga, el Evangelio del Reino debe ser predicado en todo el mundo. Yo no tengo tiempo para las composiciones teológicas. Les dejo eso a los inteligentes. A los ratones de biblioteca. Cuando ellos tengan algo bueno para compartir. Yo estaré allí, humildemente a los pies de los maestros para aprender; pero quiero predicar a Cristo. Quiero predicar el evangelio, quiero hacerlo a un solo individuo o a multitudes enteras. Quiero hacerlo «a tiempo o fuera de tiempo... Hay dentro de mí un fuego que me consume. Hay dentro de mí una pasión que no se acaba. ¡Estoy enamorado de Cristo! Estoy enamorado de la obra completa y maravillosa de la Cruz! ¡Estoy enamorado de la <<locura de la predicación»! ¡Estoy enamorado de los miles y miles de personas que he visto desfilar ante el altar del arrepentimiento. Y estoy también. Por la fe. enamorado de los otros miles y miles que voy a ver venir a Cristo!
Hay dentro de mí una pasión que me consume. Esa pasión la comparto con mi esposa amada, con mis hijos. Con mi equipo de trabajo. Quiero predicar a Cristo. Quiero predicar el Evangelio del Reino. Quiero que todos oigan cuánto Dios los ama... Mi pasión me hace soñar. Mi sueño es el sueño de Dios también. Quiero. Como Dios quiere también, «que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad... (1 Timoteo 2.4).

Tomado del Libro El poder de Su presencia
De Alberto Mottesí.

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